venerdì 20 novembre 2009

EL SR DE LOS MILAGROS Y LA MANIFESTACIÓN PÚBLICA DE LA FE

Los peruanos llamamos al mes de octubre “mes morado” porque celebramos, en la patria y fuera de ella, al Sr. De los Milagros. La muy venerada imagen del Señor de los Milagros, representa a Jesús, salvador del género humano. En ella se notan los rasgos característicos no de un hombre de la Palestina, si no de un hombre moreno. En efecto, “Un 13 de noviembre del año 1655 un poderoso terremoto sacudió la ciudad de Lima sin causar daños ni al muro ni a la imagen del Cristo crucificado pintada en él por los angolas”. Un hombre anciano y una paloma, representando a Dios Padre y al Espíritu Santo respectivamente, confirman el origen divino del Cristo Moreno.

La masiva participación de personas, devotas y curiosas, en los 6 recorridos procesionales de la capital peruana – “la Lima señorial” como lo llama el cholo berrocal en sus canciones – son la auténtica manifestación de fe y de agradecimiento por los milagros recibidos. Ni la crisis económica, ni el relativismo, o mejor como lo llama el Papa Benedicto XVI “la dictadura del relativismo”, ni los llamados escándalos sexuales por parte de un reducido número de curas, ni el debate sobre la despenalización del aborto en caso de malformación o violencia sexual, han obstaculizado la fe de los peruanos en el Cristo de Pachacamilla; muy al contrario, es propio la participación masiva de los ciudadanos en la procesión, la que recuerda al indiferente, al agnóstico, al ateo (si todavía queda alguno), al católico y también al protestante, al culto y al iletrado, a los gobernantes y a los gobernados, en una palabra, a todos, que la fe es un don que viene de lo alto, de modo que cuando uno se siente tocado por ella, nace con naturalidad en el espíritu humano su manifestación pública.

Si alguno había pensado que los países del tercer mundo no tenían nada que ofrecer al mundo industrializado, se equivoca por completo. La manifestación pública de la fe por las principales calles de la capital peruana mediante la procesión, evidencia la ausencia de espacios públicos para la vivencia religiosa no sólo en modo privado.

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